jueves, 19 de mayo de 2016

Adicciones y Goce desde una mirada transpersonal - Parte 3


Una Reflexión desde la Psicología, la Astrología y el Simbolismo Espiritual

Parte 3


La mirada de la Psicología Transpersonal


La Psicología tradicional surge de la observación de la patología del fenómeno anímico, y desde esa mirada describe a la ‘salud’. De ahí, que la denominada ‘salud anímica’ para alguien lego en el tema, no ‘suene’ para nada a salud, sino más bien a lo contrario; pues si decimos de alguien sano que su estructura es neurótica obsesiva, histérica o fóbica, nos dirá: -“¿Y eso cómo se cura?”, cuando en realidad, es así como un psicólogo clásico, denomina a las estructuras psíquicas ‘sanas’. Por supuesto, usualmente en la clínica, ningún psicólogo le hablará de este modo a un consultante, pero así es como piensa.


La psicología transpersonal, en cambio, se va constituyendo observando el fenómeno humano con una perspectiva más amplia, ya no meramente desde la patología, sino considerando el despliegue eventual de los diferentes talentos y potencialidades que están implicados en éste. Por eso, considerará la manifestación humana tomando  todo su  abanico expresivo, desde el más oscuro al más sublime. Y distinguirá algunas manifestaciones consideradas ‘patológicas’ de otras consideradas expresiones que constituyen el  florecimiento de la especie, discernirá entre ellas.

Para que me entiendan, en la Facultad, tuve un profesor bien intencionado que realmente creía en lo que enseñaba,  y que como docente era claro. Sin embargo, su mirada era tan estrecha, y su abordaje del fenómeno humano tan unilateral, que expresaba:-“Para la Psiquiatría (tradicional), Jesús de Nazarteh es un típico caso de Parafrenia (una forma de psicosis)”.

¿Cómo alguien culto, sin mala intención (consciente al menos) puede afirmar semejante cosa? Es sencillo, hay ciertas expresiones anímicas que constituyen un factor común en el grupo de patologías denominadas ‘Psicosis’, y que también aparecen en casos excepcionales (lo que sale de la media), como fueron Buda, Cristo, místicos de todas las épocas, y muchas personas desconocidas que no se animan a ir al ‘psicólogo’ precisamente por temor a ser estigmatizadas. Este tema dio lugar a que numerosos psiquiatras y psicólogos (Jung, Assagioli, Grof, etc.),  o personas provenientes de otros campos pero interesados en el estudio del despliegue de las  potencialidades humanas (Teilhard de Chardin, Aurobindo, Vivekananda, H. P. Blavatsky, J. Krishnamurti)  comenzaran a diferenciar  las denominadas ‘experiencias cumbre’, ‘estados no ordinarios de conciencia’ y las ‘experiencias cercanas a la muerte’, de fenómenos patológicos. Propusieron distinguir entre ‘experiencia trascendente progresiva’, y ‘experiencia trascendente regresiva’ (Wilber).


¿Cómo distinguir clínicamente entre una y otra? Sencillamente, la primera adviene inesperadamente en alguien que es  capaz de sostener vínculos amorosos, un trabajo y que también es capaz de sociabilizar, de abrirse al otro interesándose genuinamente por él, asumiendo compromisos vinculares. En el segundo caso, (el patológico), nos encontramos con personas que no son capaces de sostener vínculos de amor, un trabajo y de socializar, no son capaces de hacerse responsables de sí mismos.


Esta concisa pero decisiva diferenciación nos permitirá distinguir la tendencia al Goce tanática, destructiva, de aquella otra que es expresión  creativa de madurez y florecimiento psíquico.

Ambos tipos de experiencias, las que son expresión de la culminación de lo humano, y las que son expresión de enfermedad anímica, tienen en común lo siguiente:

  • Vivencia de unidad con lo que está más allá del yo.
  • Sentimientos de estar incluidos en un orden mayor que trasciende al individuo separado.
  • Pérdida de la noción del tiempo objetivo, contacto con una dimensión que está más allá del tiempo ordinario.
  • Visiones de elementos que están por fuera de la realidad cotidiana.
  • Vivencia de no estar regidos por los límites cotidianos espacio temporales, de estar por ‘fuera del cuerpo’, acompañado esto con  sentimientos placenteros, pacíficos.
  • El tema central que nos ayudará a distinguir entre una experiencia creativa y plena, de una potencialmente peligrosa y desorganizadora de la vida anímica es observar el rol que juega el ‘yo’, en la dinámica psíquica de ese sujeto.

El Yo en el Psicoanálisis tradicional y en la perspectiva transpersonal


Para intentar desentrañar la semejanza y la diferencia entre la adicción, y una respuesta de apertura a lo ilimitado que no amenace la ecología anímica ni planetaria, es necesario reflexionar sobre el yo y su lugar en el proceso anímico.

Freud definía al yo como ‘el reservorio de las identificaciones’. Cuando nos ‘identificamos con algo’,  lo que hacemos es ver como propio algo que no lo es. Por lo tanto, el ‘Yo’ se relaciona con esa dimensión anímica que se reconoce siendo allí donde justamente ‘no es’.

La vida anímica humana es multidimensional, como han demostrado la historia, la antropología y las diferentes corrientes de psicología transpersonal. Un ser humano puede ‘existir’, en diferentes dimensiones anímicas: Un Buda, un Cristo, un Krishnamurti, viven en dimensiones anímicas muy diferentes  a las de un Stalin, un Hitler, o un Milosevic (tristemente conocido como ‘el carnicero de los Balcanes’), un Julio César o un Nerón. Entre estos extremos (tan amplios, divergentes y tensos) se despliega toda la ‘franja expresiva’ que conocemos como humanidad.

¿Han observado cuán difícil es sostener la percepción simultánea de todo el espectro humano? Solemos elegir un extremo u otro para observar. Y nos es muy trabajoso (duele) sostener perceptivamente el despliegue de semejante  abanico de Luz y Sombra. Sin embargo, eso somos como humanos, esa tremenda amplitud expresiva  constituye a nuestra especie. Y el destino de nuestro planeta depende de que meditemos profundamente en derredor de este asunto y elijamos hacia dónde direccionaremos nuestra energía anímica: hacia la integración y despliegue de nuestras capacidades inherentes al Alma  (Psique), o hacia la desintegración de las mismas, con la destrucción propia y de lo que nos rodea, movimiento característico de la preponderancia narcisista.

El yo es una instancia anímica que se genera en derredor de lo que ‘no somos’, decíamos más arriba. El ser humano nace sin terminar de madurar: Sus sistemas neurológico, metabólico, inmunológico, y psíquico  son precarios y no están en pleno funcionamiento al nacer, lo cual nos hace vulnerables y totalmente dependientes de la asistencia de otros. Esta característica, propia de los mamíferos,  está mucho más agudizada en el hombre. Al parecer, esta condición de inicio es decisiva para el desarrollo de esa instancia conocida como ‘yo’ (aunque está el caso de Jiddu Krishnamurti que afirmaba no ‘tener yo’, y en todo caso, este ejemplo nos estimula a seguir indagando). Junto a la inmadurez  basal y la absoluta dependencia de un otro (común en los mamíferos), se suma una situación propia y única del ser humano, también reconocida por la Psicología transpersonal: Ésta consiste en que el hombre, a diferencia del Reino animal, dispone de una ‘llama de individualidad’ diferenciada, en la cual se sustenta su vida anímica, que en los diferentes sistemas denomina Alma, Selbst, Uno mismo, Atman, Iejidá,  Mónada, etc.

El yo, sería una versión reflejada, invertida y muy distorsionada de ese Centro (ubicuo, no separativo, que despliega la experiencia de la individualidad y autoconciencia característicamente humanas, al tiempo que se siente incluido en un Orden que lo excede).  El yo  es  un centro anímico que se organiza a partir de identificaciones con las figuras que lo cuidan y asisten (para agradarles y de este modo asegurarse seguir recibiendo su ayuda, su amor y cobijo), así como de mecanismos defensivos que lo resguardan de semejante vulnerabilidad e inmadurez, cuya sensación de singularidad viene dada por la imagen reflejada de ese otro centro plegado y habitualmente  inmanifestado  (Atman) en la Personalidad.


En la terminología junguiana, esta dimensión anímica de ‘creer que somos allí donde no somos’, se denomina ‘Persona’ (que en latín significa ‘Máscara’). Y creo que es más adecuado para entender a qué nos referimos, porque está claro que una máscara muestra algo que no es, y al mismo tiempo ‘tapa’, lo que ‘es’.
Sin embargo, como está más difundida la denominación psicoanalítica tradicional para esta instancia anímica, seguiremos llamándola ‘yo’.

El Yo, la ‘Trinchera’ de la existencia anímica


Podríamos visualizar al yo como la ‘trinchera’ de un soldado indefenso. La trinchera es un espacio  útil hasta llegar a un lugar seguro y pacífico. Pero es impensable elegirla como un hábitat permanente. Imaginémonos  a nosotros mismos viviendo en una trinchera. Hagamos realmente el ejercicio. Cerremos los ojos. 

¿Qué sentimos? Seguramente nos recorrerá un estremecimiento de miedo, frío, de no poder relajarnos ni un instante porque estamos en peligro; tendremos una sensación de incomodidad, de estrechez y aislamiento, de carencia, dolor, junto a nostalgia de amor y calidez,  necesidad  de seguridad… y  de que alguien o cualquier cosa ‘nos saque ya mismo’ de ahí: El alcohol, la droga…cualquier cosa que nos permita evadirnos,  u ocupar el lugar de otro, de cualquier otro… menos el nuestro, porque esta ‘realidad’ (que es imaginaria, de hecho, como ya vimos), es terriblemente dolorosa, inhóspita, fea…

Ahora abramos los ojos y observemos. ¿Estamos viviendo  (en realidad, ‘existiendo’, porque esa no es Vida) en la ‘trinchera anímica? Si es así, estamos habitando la dimensión anímica conocida como ‘ego’. ¡Hay una buena noticia!  La ‘trinchera’ no es la única dimensión anímica en la cual podemos existir. Podemos enraizarnos en una dimensión más abundante, como ya veremos. Disponemos de una mansión ubicada en un oasis…Esa mansión es accesible,  pero no lo sabemos.

Lacan decía 'el yo es paranoico’, y verdaderamente, si habitamos esa dimensión anímica organizada en derredor de mecanismos defensivos e identificaciones, si sentimos que ‘somos allí donde no somos’, es entendible la ansiedad persecutoria constante: Es como creer que la trinchera puede ser nuestro hogar verdadero;  nunca nos abriremos genuinamente a otro, siempre estaremos sospechando de cualquiera que se acerque, lo percibiremos como alguien peligroso, y lo culparemos de nuestros males, o a lo sumo nos vincularemos sin bajar nunca la ‘guardia’ (defensa), o fantasearemos, incluso, que puede ser nuestro ‘salvador’, alguien que nos viene a ‘sacar de ahí’, de ese estado, o envidiaremos a quien ha podido salir de semejante situación o de quien creemos que tiene una 'trinchera' más cómoda que la nuestra.

En definitiva, al yo corresponde esa dimensión anímica que se siente carente, herida, que vive en lo conocido y por lo tanto en la memoria (de un pasado mejor, el cual se traslada a un futuro más placentero para evadirse, o a un futuro apocalíptico proyectando lo displacentero que ya conoce). El ‘yo’  nunca puede estar en el ’ahora’.  Vive comparando y comparándose, porque -como expresaba más arriba-, se organiza alrededor de la carencia, del no ser. Y esto es la tragedia humana. Desde aquí, atrincherados cada uno en su propio aislamiento, en el que el paisaje es el dolor, y la memoria rencorosa, el terreno existencial es yermo y carente de sentido; desde este lugar anímico, cualquier droga, adicción, búsqueda constante de ‘algo mejor’, necesidad de ‘aparentar-nos’ que somos felices, serán el modo característico de funcionamiento psíquico. Desde aquí no tenemos salida. La salida consiste en poner en duda esta dimensión como si constituyera nuestra realidad. La mutación es posible cuando  sospechamos que no es el único hábitat en el cual podemos existir. Hay otra dimensión vital, organizada alrededor del Ser, a nuestro alcance. ¿Cómo nos trasladamos desde un terreno sin vida, angustioso y estrecho, hacia otro abundante, confiable, amoroso y receptivo?

El Simbolismo mítico religioso sobre el Deleite



La diferencia entre el Goce adictivo y el Deleite (Ananda, Óneg, Nirvana, Samadhi, Bienaventuranza, etc.) que  se presenta en el Simbolismo espiritual, es que el primero  (la adicción patológica) es fruto de un sentimiento de vacío existencial, dura sólo unos pocos instantes, se desvanece, y cada vez pide más y más (nos hace dependientes y esclavos), nos hace recordar el pasado (los momentos placenteros que deseamos repetir) e ir en la búsqueda compulsiva de mayor placer. Creeremos que el Poder (económico, sexual, intelectual) nos dará la libertad de movimiento que buscamos. En ese mundo de fantasías, sentiremos que la admiración -que da el poder- nos liberará ( o al menos nos anestesiará por un tiempo) de la vivencia de estrechez y angustia, del vacío y del dolor psíquico. Grande es la frustración cuando ’llegamos a la cima de las tinieblas anímicas’, y vemos que nada cambió: Seguimos viviendo en una trinchera (tal vez de oro, pero trinchera al fin).

En los artículos anteriores habíamos mostrado cómo desde la Psicología tradicional y desde la Astrología (Rudhyar), se describe una tensión psíquica enorme que ‘tironea’ hacia algo sin límites, hacia el Goce/Deleite (dependiendo de la condición psicoespiritual de cada humano), y que es percibido como Caos (desde la perspectiva del 'Orden' personal). Y que, por primera vez en la historia, esta presión a ‘una Vida más abundante’ es Colectiva, es decir, convoca a toda la especie.

Que se convierta en un Infierno o en el encuentro del Cielo, dependerá de si nos quedamos viviendo en la trinchera psíquica, o si elegimos realizar un trabajo anímico de concientización constante (vincular, interno y externo) que nos habilite una mutación anímica.

La circunstancia actual es decisiva. Aurobindo  denominaba al período actual, ‘la hora de Dios’ (otro día lo subo al blog). Básicamente el gran filósofo hindú señala que la oportunidad es grande, pero para mudarnos de la ‘trinchera’ a la ‘mansión’ hay que esmerarse sólo un poco. Cada uno en la medida de sus posibilidades. Y la decisión que tomemos define dos alternativas, una madurativa (Deleite) y otra destructiva y regresiva (Goce adictivo).


El trabajo del cual hablamos no es la ‘búsqueda del ‘Deleite espiritual’. Es un trabajo alquímico, constructor, terapéutico (sanador), que consiste en concientizar constantemente lo que 'no somos' (nuestras identificaciones,  máscaras, mecanismos defensivos). Desandando el camino de las identificaciones, nuestro hábitat psíquico muta.
El Óneg o Ananda -Bienaventuranza- viene a nuestro encuentro sin buscarlo, es decir, adviene, según narran los Maestros espirituales. Nos conecta con una dimensión atemporal renovadora, nos libera de los apegos, miedos y de la memoria (placentera y dolorosa). Nos libera del dolor y de la angustia. Nos deja  verdaderamente libres. Y en este sentido, es perfectamente compatible con la dimensión rítmica, cíclica y dosificada del nivel personal. Y como está enraizada en la abundancia, no hay necesidad de ‘más y más’. No la busco, ya Soy. Uno es. El Universo es. 

Somos uno con el Todo. Nuestra alegría y fuerza emergen de la Fuente. Y nos damos cuenta que la trinchera se transformó en un oasis. Un centro de Paz. Un centro de Vida. Un centro de silencio que nos guía y sana nuestras heridas.

Si elegimos existir en la ‘trinchera’, la decadencia psíquica (enfermedad anímica) es imparable porque los tiempos nos convocan a todos y cada uno a realizar un pequeño trabajo, insisto, a la medida de nuestras posibilidades.

La mudanza anímica: El Camino transpersonal


Lo que suelo decirles a mis pacientes, es que lo primero que tengo que hacer  para que la ‘mudanza psíquica’ sea posible, es poner en duda ese estado de estrechez doloroso como si fuera la única realidad a nuestro alcance. El ser capaz de avizorar otra realidad requiere como condición un mínimo de amor y confianza hacia uno mismo. Y esto es clave. Aclaremos: Amor a uno mismo es lo opuesto a narcisismo. El Amor implica contactar con esa Fuente nuclear que sustenta la Vida psíquica. En cambio, el narcisismo se organiza alrededor del yo (lo que no somos). Una es como la Luz del Sol. La otra es como la luz que refleja la Luna (la cual no es propia).

En los ‘Mandamientos’ del Antiguo Testamento, se establece “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Erich Fromm, señala agudamente, que ese mandamiento no dice “Ama a tu prójimo”. Tampoco dice “Ámate a ti mismo”. De modo que no es posible un tipo de amor sin el otro. El Amor siempre es vinculante, integrador.


Cuando empezamos a recorrer el camino del amor, vivenciando el sentimiento de que ‘Algo ama en uno’; sucede algo extraordinario: El paisaje yermo, desértico y doloroso del yo, inicia su mudanza hacia otro luminoso, soleado y fértil. Empezamos a percibir que disponemos de otros hábitats anímicos, anclados en el Ser. Si nos ubicamos como humanos en lo que ‘es’ en nosotros, nuestra percepción vital será completamente diferente a la anterior: Estaremos en contacto con nuestras capacidades, y las potencialidades se irán manifestando espontáneamente.  Sentiremos confianza de que en el momento que necesitemos contaremos con los recursos necesarios, de modo que nos empezaremos a mover con un sentimiento de contento, y abundancia. Empezamos a aceptar que la Vida nos irá presentando las situaciones o circunstancias necesarias para nuestro crecimiento en el momento oportuno, no por una actitud ingenua, sino porque estamos en contacto con esa Fuente amorosa proveedora e inteligente. Y dejaremos de necesitar fantasear con otros mundos o vidas mejores. La propia, ‘aquí y ahora’ es la indicada y cuenta con todo lo necesario para nuestro crecimiento integral.
El ‘yo’ es adictivo porque se constituye en la carencia. Y por lo tanto siempre sentirá que le falta algo.
Si trasladamos (a través de sucesivas desidentificaciones) nuestro centro de gravedad anímico a una dimensión más sagrada y permanente -el  Núcleo-, lo superficial y la búsqueda de experiencias, el tener y el aparentar, se  convierten en espejitos de colores carentes de interés.



1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy Ferrrrrrr!!! pusiste el dedo en la llaga...hace rato que me siento sapo de otro pozo, cada vez màssss...

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