martes, 4 de septiembre de 2018

Filón de Alejandría y Helena P. Blavatsky


Filón de Alejandría y Helena P. Blavatsky

Dr. Adolfo R. Ordóñez

En los comienzos del complejo movimiento religioso que luego se llamó ‘cristianismo’, sólo una proporción minoritaria de la población judía vivía en la llamada “Tierra Santa”. La mayoría  residía en la ‘diáspora’, y se habían dispersado alrededor del Mediterráneo y en la Mesopotamia (entre los ríos Tigris y Éufrates). Sin embargo, es muy poco lo que se puede deducir de los documentos o inscripciones y monumentos de la época. Y en algunos casos, como el de los judíos de Roma, Cartago o Antioquía, no nos ha llegado ningún texto literario que nos revele lo que pensaban y creían. La única ciudad que nos dejó mejor informados al respecto fue Alejandría, la ciudad fundada por (y para) Alejandro Magno. De hecho, hacia la época de Jesús, si sólo tomáramos en cuenta los elementos cuantitativos que conocemos, pareciera Alejandría, y no Jerusalén, la gran metrópoli de Israel. En ella se había desarrollado una copiosa y original tradición cultural judía. Esta se había constituido realizado un valioso esfuerzo de síntesis entre la ‘revelación’ y la mística judía y el pensamiento filosófico griego. Incluso esta singular combinación terminó por influenciar de forma decisiva a varios grupos de los primeros cristianos, tanto a los que fueron cristalizando la ‘ortodoxia’ eclesiástica, como a los que fueron luego llamados los ‘gnósticos’. Fue de esta fuente que surgió la versión griega de la Biblia, la Septuaginta (o versión ‘de los Setenta’, supuestamente provenientes de las doce Tribus de Israel). Las particularidades de esa
‘traducción’, obviamente, reflejan las preocupaciones y la mentalidad de quienes la produjeron. Trataron de eliminar los rasgos demasiado antropomórficos del texto hebreo, de restituir una imagen más ‘espiritual’ de Dios, y de hacerlo un Dios de todo el Universo, y no sólo del ‘pueblo elegido’. Reemplazaron conceptos o expresiones demasiado específicamente ‘semíticas’, con otros más generalmente conocidos tomados de la filosofía griega. Por tal motivo, la Septuaginta presentó el Judaísmo a los ‘gentiles’ y paganos de una forma que les resultaba más fácil de comprender. Pues bien, desde dentro de este vasto movimiento cultural, y como el representante más culto y distinguido del ‘judaísmo alejandrino’ (del que era practicante y creyente ‘con fe sincera’) surgió Filón (10 a.C. /48 d.C.). No sólo eso, sino que –aprovechando ciertos parecidos entre el idioma hebreo y el griego, que posibilitan mantener ciertas sutilezas cabalísticas ocultas tras el aspecto literal- y consciente de la importancia hermenéutica de las alegorías, metáforas y símbolos bíblicos, Filón nos dejó una obra muy valiosa, que ha sido en gran medida, conservada hasta nuestros días. A diferencia de muchos otros, Filón distinguía claramente entre el ‘espíritu’ y la ‘letra’ de la
Escritura –la segunda vivificada por el primero-, a los que comparaba con el alma y el cuerpo, diferentes pero solidarios. ‘La exégesis alegórica de Filón no se aplica solamente a las prescripciones de la Ley: engloba también las partes narrativas de la Biblia. La realidad de los personajes que en ella figuran no está en discusión, así como no lo está la obligación de observar los mandamientos. Pero, al par que figuras de la historia, son símbolos de cualidades morales o de verdades metafísicas. Adán es el alma que sucumbe a la tentación, representada por Eva; de su caída nace el orgullo –Caín
, y el bien –Abel se encuentra por ese hecho eliminado de la vida del alma; ésta puede, no obstante, elevarse de nuevo por el arrepentimiento –Enoc, la justicia –Noé, hasta la virtud, de la cual los grandes patriarcas representan cada uno un aspecto, y a la santidad total, figurada por Moisés.
El Dios del ‘espíritu’ de la Biblia es para él el mismo Ser Absoluto del que hablan los filósofos, sobre todo Platón, a quien califica de ‘grande’ y de ‘santísimo’.
“Entre Dios y el mundo sensible, Filón inserta toda una serie intermedia rigurosamente jerarquizada. Son los Lógoi, más o menos identificados con las Ideas platónicas como Arquetipos inteligibles de la creación, y a veces con los Ángeles, mensajeros o mandatarios de Dios. Por encima de los Lógoi, llamados también “Potencias” (dynámeis), se destaca el grupo de las cinco Potencias Mayores, también jerarquizadas (en orden ascendente):
1.     La Potencia que prohíbe lo que está mal
2.     El Mandamiento que prescribe lo que está bien
3.     La Misericordia
4.     La Potencia Regia
5.     La Potencia Creadora
Son como representantes de Dios en sus relaciones con la humanidad y el mundo. Ellas son las que obran, por cuenta de Dios, en la historia bíblica, y se manifiestan en las teofanías relatadas por el texto sagrado.
En la cúspide de esa pirámide de los seres se sitúa el Logos. Es, sin duda, el más encumbrado, el más cercano a Dios, de todos los Lógoi individuales. Pero es también una suerte de Ser Colectivo que los engloba a todos y del que todos han emanado individualmente. Asimismo engloba a todos los seres, pues es propiamente el principio y el órgano de la creación y de la conservación del universo, enteramente salido de él. Filón lo llama el Primogénito de Dios, el más antiguo de los Ángeles, imagen de Dios. Hasta lo designa como Dios  (Θεόζ) pero sin el artículo que califica al Ser Perfecto (ό Θεόζ). Partícipe de la naturaleza divina, pero sin embargo inferior a Dios, ‘ha recibido el don insigne de mantenerse en la frontera para separar la creación del Creador. Intercede sin cesar ante el Incorruptible por la naturaleza mortal y frágil, y es enviado por el Señor al servidor. No es inengendrado como Dios, ni engendrado como nosotros, sino intermedio entre los extremos, en comunicación con uno y otro’ [Heres, 205-206]. Entre él y el elemento espiritual del alma humana hay un lazo de consustancialidad. Instrumento de la creación, también a través de él se opera el retorno del alma hacia Dios: ‘Si todavía no somos capaces de ser considerados como hijos de Dios, al menos podemos serlo de su imagen sin forma, el Santísimo Logos’ [De conf. ling., 147].” [Las sectas judías en el tiempo de Jesús, Marcel Simon, EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires), 1962, Cuaderno 68, págs. 44-45]

Las profundas relaciones con “La Doctrina Secreta” de Helena P. Blavatsky,
también muy platónica, y su concepto del Absoluto,  el Logos ‘colectivo’, y los Logoi o las Jerarquías Creadoras son muy evidentes. Como se comprenderá, no podemos resumir toda esta metafísica aquí (pero remitimos a los interesados a leer el ‘Proemio’, y sobre todo el ‘Resumen’ del Volumen I de la citada obra, para tener una presentación lo más sintética y clara posible). Sólo hemos de acotar, respecto de la cinco ‘Potencias Mayores’ de Filón, que ella habla de ‘Doce Jerarquías Creadoras’, de las cuales hay cuatro completamente ‘liberadas’, correspondientes a los Signos Zodiacales de Géminis, Tauro, Aries y Piscis, en orden ascendente, y una quinta –la del signo de Cáncer– [H. P. Blavatsky Collected Writings, Vol. XII, 643; Para la relación de las Jerarquías con los signos zodiacales, ver Astrología Esotérica, y Tratado sobre Fuego Cósmico, Alice Bailey] que permanece como Sacro-Oficio intermediando para las otras siete –desde Leo hasta Acuario- que aún se hallan sujetas a las Leyes Kármicas de la Manifestación. De éstas últimas, la primera es llamada ‘El Primogénito’, a la que se le asocia el Número 1065, los mismos números que tienen las letras del Tetragrama judío y el Brahma-Prajapati varón y hembra de la India [La Doctrina Secreta, H. P. Blavatsky, Volumen I, Comentarios a la Estancia IV, Sloka 3]





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