miércoles, 23 de diciembre de 2015

Las Fiestas de Fin y Comienzo de Año



Las  Fiestas de Fin y Comienzo de Año
Por Patricia fernández A. de Ordóñez
Desde antaño, en todas las culturas, se han celebrado las transiciones con diferentes rituales, como un modo de favorecer la toma conciencia de las mismas, es decir, para facilitar el cierre de una instancia y el pasaje hacia otra, con su consiguiente apertura.
Las ceremonias de apagado y encendido de los fuegos, al terminar y al iniciar el año respectivamente, eran uno de los modos clásicos de festejo ritual. Tenían un carácter sagrado para la comunidad.
Nuestras celebraciones de despedida y bienvenida del año, son la forma moderna de celebrar este pasaje. Sólo que hemos olvidado el sentido ritual en esta celebración. Los rituales, estimulan la comprensión consciente de las transiciones, oficiando como ritos de pasaje. Al olvidar que los mismos tienen la posibilidad de generar sentido -esto es, de establecer un diálogo entre la cara consciente o externa y la inconsciente o interna de nuestra vida anímica-, los hemos profanado. Hemos convertido a los rituales en meros actos 'profanos', esto es, han perdido su posibilidad transmutadora, alquímica, y por lo tanto, su carácter sagrado.

Los ritos de pasaje podemos llevarlos a cabo  año tras año, mecánicamente (carácter profano del ritual) o creativamente (como una oportunidad sagrada). Y ocurre que desde hace tiempo solemos transitarlos como una ocasión para evadirnos y enajenarnos (aún más). De ahí el tedio que nos provocan, la sensación de fatuidad superficial  y de estereotipia en el sentir.
Sin embargo,  cada vez más seres humanos sienten la necesidad de elegir realizarlos desde un lugar psíquico más sensible y receptivo, más creativo y alerta; con genuino espíritu de celebración: desde un lugar portador de Luz, con una conciencia despierta, lo que los budistas denominan 'una mente amable, amorosa, compasiva'. Si la festividad la transitamos desde este espacio anímico alerta,  eventualmente la misma, puede  llegar a iluminar sectores psíquicos oscuros, que se encuentran a la espera de ser reconocidos e integrados.

Por esta época del año, es muy frecuente escuchar en la consulta psicológica, lamentaciones con relación a las fiestas. En esos casos, éstas no son percibidas  como una ocasión para celebrar un rito de pasaje con un carácter sagrado, sino como el  período obligado tedioso, o bien, oportuno para avivar  recuerdos dolorosos, que evitarían si pudieran. Sienten que es el momento anual para dar rienda suelta al entristecernos por los que ya no están, o para revivir antiguos rencores y malestares familiares no resueltos, los cuales reaparecen en la reunión familiar, devenida ahora en una mera ocasión social aburrida, chata, mecánica y superficial.
Desde este lugar, se preguntan qué sentido tienen las fiestas si a la mayoría, todos los años les ‘pasa’ o repiten lo mismo: la tristeza, el aburrimiento, el reavivamiento de dolores, y los sentimientos de soledad.

He aquí una paradoja: El sentido de ser en sí mismo de una celebración, es el de instalar la posibilidad de un salto perceptivo; es el de favorecer la apertura de una dimensión espaciotemporal que está más allá de la acumulación diaria de estímulos vanos y respuestas mecánicas. 
El espíritu de una celebración -en este alcance sacro- se ubica más allá de la rueda cotidiana de la existencia con sus acciones y reacciones estereotipadas, más allá de los surcos y huellas mnémicas que dejaron lo acontecido. Nos da la oportunidad de una renacimiento psicoespiritual.
La celebración ritual como acto creativo-sacro, es un don, un regalo de la Vida; nos otorga la posibilidad de renovar la cadena del espacio –tiempo. Nos brinda el obsequio de liberarnos de la repetición mecánica memoriosa estimulando en cambio, el re-cuerdo en Presente y con Presencia, el
re- cordis -volver a pasar por el corazón en ‘estado de Presencia’- aportando este acto, la renovación de sentido que el amor y el contacto con una dimensión inconmensurable proveen. Esto es lo que Mircea Eliade denominaba, el pasaje desde el espacio- tiempo profano a la instalación de un Espacio y un Tiempo sagrados, posibilitadores del Illud Tempus (durante el cual 'salimos' del espacio-tiempo ordinario, y albergamos en un espacio-tiempo primordial y renovador). Psiclógicamente consiste la ocasión de encuentro o casamiento entre las dos caras anímicas -consciente/inconsciente- y el fruto consecuente a esta hierogamia: un renacimiento anímico.
Este don se encuentra a nuestro alcance y  es posible en la mente-corazón de cada uno de nosotros. Por eso, en estas Fiestas los invito a celebrar con las copas en alto,  y con los corazones bien abiertos, para despedir a conciencia lo que fue,  y recibir atentos lo que llega. Es una época propicia para realizar balances, para mirar el camino recorrido, ver qué queda (como aprendizajes asimilados) y qué sigue de largo (por la ley de imparmanencia)... Bendecir todo lo vivido -alegrías y dolores-, y luego soltarlo, despedirnos. Recién cuando realmente hayamos tomado conciencia de lo que finaliza en nuestras vidas, estaremos entonces, en condiciones de dar un paso hacia adelante para recibir con apertura genuina, lo nuevo. 
Y si nos animamos aún a dar un paso más, este balance nacido de esta dimensión amorosa y compasiva, podemos extenderla y ampliarla incluyendo en nuestra meditación sobre el ciclo anual que cierra a la nación que habitamos, y luego por el planeta todo... pues somos una sola familia:la humana, y este gesto ritual aportará Luz grupal.

La Vida sigue desplegándose frente a nosotros y  si no concientizamos qué es aquello que ya ocupó un lugar, cumplió su propósito y se está desvaneciendo en nuestras existencias, no tendremos espacio para recibir a conciencia plena lo nuevo por venir hacia la manifestación.
Celebremos la despedida y el recibimiento,  para participar del florecer continuo de la Vida, y así podeer percibir y apreciar su renovado perfume…

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