domingo, 20 de diciembre de 2015

Explorando el Simbolismo de la Navidad



Explorando el Simbolismo de la Navidad

Por  Adolfo R. Ordóñez y Patricia Fernández Acosta de Ordóñez


Los Festivales Solsticiales y Equinocciales
Muchas culturas no cristianas, a lo largo y a lo ancho de nuestro planeta y a través de los siglos, celebraban unas Fiestas Sagradas por esta época, en que nosotros, cristianos, celebramos la Navidad: se corresponde con el “Sol Victorioso” luego del Solsticio de Invierno para el hemisferio norte. De hecho, muchos pueblos del mundo han apreciado este fenómeno y sus homólogos, con su evidente simbolismo. Por eso se han construido tantos Templos Equinocciales (como la Pirámide maya de Cichen Itzá en Centroamérica, o el Templo hindú -hoy budista- de Angkor en Camboya, o la Esfinge de Giza en Egipto), o bien Templos Solsticiales (como el de Tiahuanaco en Sudamérica, o las Pirámides de Giza, o el Templo
de Luxor en Egipto, etc.)
Es una maravilla el misterio evocado por el paralelismo entre “la Cruz” celeste que forman los dos Solsticios y los dos Equinoccios en la órbita de la Tierra cuando gira alrededor del Sol, eventos que inauguran las Cuatro Estaciones del año, y cómo éstas van acompañadas por un incremento o una merma, alternadamente, de la luz solar y de la noche -por un lado-, y la vida humana –por el otro-, con sus períodos más luminosos y con sus "noches oscuras del alma".
El Solsticio de Invierno, es el momento del año en que la noche es la más larga, y en el que la luz es mínima. Especialmente en las latitudes más extremas. Para los antiguos, estos días eran equiparables a la noche oscura del alma en la vida de un ser humano. Ese momento en que nos parece perder el rumbo, no ver salida. Ese momento en que todo lo que miramos carece de entusiasmo, y en el que nuestra mirada es lúgubre, oscura, cínica o angustiosa.

Descripción del movimiento astronómico entre Solsticios y Equinoccios
Como muchos desconocen los pormenores de este importante asunto, quisiéramos aclarar su significado astronómico y reflexionar sobre su resonancia simbólica. Solemos decir que “el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste”. Tomada así en general, esta afirmación es falsa. La verdad es que el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste solamente en los equinoccios. El resto del año, el Sol va siguiendo un camino helicoidal, o sea en forma de “resorte” con dos “topes” solsticiales y que se repite cíclicamente, año a año. En el amanecer de uno de los solsticios (de invierno o de verano, dependiendo del hemisferio considerado) el Sol sale por el Sureste. Ese día será el más corto (en el invierno), o el más largo (en el verano) del año, mientras que lo opuesto ocurrirá con la duración de la noche. En los días subsiguientes, va saliendo por el horizonte cada vez más cerca de la posición relativa al Este. Cuando sale en la posición del Este,
estamos en uno de los dos equinoccios. En los meses sucesivos, se irá desplazando lenta y gradualmente, día a día, hasta salir justo en la posición del Noreste. En el día del Solsticio, a diferencia del comportamiento que ha venido desarrollando hasta ahora, el Sol vuelve a salir por el mismo punto, como si su movimiento  se hubiera detenido. Pero ya al tercer día comienza a salir otra vez un poco más hacia el Este, posición a la que llega tres meses después, en el otro equinoccio, y continúa corriéndose hasta que alcanzar la ubicación del otro solsticio. Al día siguiente, vuelve a aparecer en dicho lugar, hasta reiniciar al tercer día el mismo ciclo nuevamente.

Ahora podemos comprender el significado etimológico de la palabra solsticio: quiere decir detención del sol (así como armisticio quiere decir detención del uso de las armas, o sea una paz transitoria). Dado que el Sol ha llegado al extremo del “resorte”, y reinicia su viaje de retorno, durante el solsticio parece salir dos días consecutivos por el mismo punto del horizonte, o sea parece haberse “detenido”.
Por otro lado equinoccio significa igual (equi) noche (noccio), ya que la duración del día iguala a la de la noche (en rigor, ello no ocurre en todas partes, pero sí en las latitudes medias de ambos hemisferios). Sólo en esos dos días equinocciales el Sol sale realmente por el Este y se pone por el Oeste.
 Vemos así que la posición de salida durante el amanecer del Sol, fuente de nuestra Vitalidad y Luz, "se va moviendo progresivamente" entre dos “topes solsticiales”, que geográficamente determinan los Trópicos de Cáncer y de Capricornio, y simbólicamente corresponden a las dos caras que miran en direcciones opuestas del Dios Jano (o Ioanis, “Juan” en griego), o a los dos “Juanes” del Cristianismo: San Juan Bautista y San Juan Evangelista. El Sol es un símbolo del “Sagrado Corazón”, y de los poderes de la Luz, y las Cuatro
Estaciones del año son una medida de la fuerza y el ritmo con los que la Vida es “bombeada” a la Tierra, impartiéndole a cada una su Cualidad, Propósito y Orientación. También, simboliza la claridad y la confianza humanas dependientes de la receptividad de los hombres a esa percepción luminosa. 


La Navidad
Que la simbología cristiana festeje el nacimiento del Niño Sagrado en este período del año, así como
la “Pascua de Resurrección” al primer domingo siguiente a la Luna Llena de Aries, luego de la Crucifixión, no es casual: Los mitos recrean con sus historias, las situaciones reiteradas y de significación fundamental para nuestra vida. Las verdades más trascendentales de la vida humana están así indicadas para todo aquel que “tenga oídos para escuchar y ojos para ver”.
Es importante ser receptivos a los Mitos. Son como el Hilo de Ariadna: si los seguimos con atención, nos ayudan a salir de laberinto de nuestra mente, y a conectarnos con la clara verdad de nuestro corazón. La mente puede confundirse, el corazón no.
El nacimiento de Jesús en el pesebre, es un sencillo y conmovedor símbolo del re-nacimiento de esa energía fresca, luminosa y prometedora en el pesebre de nuestro corazón. Recibirlo y albergarlo, implica estar mínimamente abiertos a que un rayo de luz ingrese en nuestras vidas y comience a limpiar la oscuridad que hay en ella.
 Aprovechemos la ocasión de la Navidad.  Es un evento astronómico y mítico muy especial que sucede una vez al año. Tal vez, hacerle espacio al nacimiento de este rayo luminoso en la oscuridad de nuestra caverna anímica, nos inspire para mantener receptivo y palpitante a nuestro corazón el resto del año... más allá de las tristezas -que todos tenemos y no negamos-, más allá del escepticismo en el destino de la humanidad.
Alberguemos la “Navideña Semilla” de lo nuevo. Hagámosle espacio en nuestra alma... ¡Y tal vez, su germinación desde lo Invisible nos sorprenda con dulces frutos algún día! 




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