Estos dos fabulosos sistemas milenarios, la Cabalá y la Astrología, tienen un origen común: los rastreos más profundos –por lo menos, en la historia conocida por la humanidad actual– nos llevan hasta la antigua Caldea. Por ejemplo, en el Sefer Yetziráh, o Libro de la Formación, que es “un clásico” ineludible en el estudio de la Cabalá, aparecen citados las constelaciones zodiacales y los planetas. La tradición judía atribuye la autoría de este libro a Abraham, Patriarca proveniente de la ciudad caldea de Ur.
Sin embargo, aparentemente, en la “superficie”, los caminos de estas dos hermanas, la Cabalá y la Astrología, se abrieron y se bifurcaron. Si bien esta situación sólo se ha dado en los niveles más externos, ya que encontramos en distintos siglos a destacados cabalistas que eran astrólogos o vicerversa. Tal, el caso de Cornelio Agrippa, Nostradamus o Isaac Newton. Y no puede ser de otro modo, porque no se puede separar definitivamente aquello que está unido en su fuente.
El destino de la Cabalá y de la Astrología es estar unidas porque juntas constituyen un inagotable sistema simbólico que representa la relación “fractal” (de autosemejanza) entre el macrocosmos y su reflejo, el microcosmos.
Como notarán, estamos limitando estas reflexiones sólo a los caminos de estas dos disciplinas (podríamos, por ejemplo, incluir a la Alquimia); y también nos limitamos a aquellos caminos que estas dos disciplinas desplegaron en Occidente. La Cabalá y la Astrología (y aun la Alquimia) también se han desarrollado en Oriente. De modo que podríamos además, investigar qué pasó con ellas en ese hemisferio, en donde las encontraremos con expresiones y características propias. Pero eso excedería los límites del actual artículo. Por tal motivo nos circunscribiremos a las ramificaciones de la Cabalá y de la Astrología en Occidente, ya que esta línea nos es más conocida y nuestra mente está más familiarizada con ella.
El crecimiento de las raíces en la oscuridad
A pesar de los notables personajes citados más arriba, en realidad, no han sido tantos aquellos que lograron genuinamente integrar y articular a estas disciplinas. Hubo numerosos intentos, pero éstos fueron más o menos fallidos, lo cual ha derivado en que cada una se mantuviera como un sistema autocontenido hasta hoy.
Decimos que en apariencia, es decir, en su manifestación externa, sus caminos se han bifurcado –a pesar de la fuente común que las alimenta a ambas–, porque el recorrido que cada uno de estos sistemas desarrolla a lo largo de las centurias adquiere diferentes matices o acentos, que le darán en cada caso, un perfil propio.
• La Astrología se desarrolló de la mano de la Astronomía, quedando adherida por siglos a la línea científica, que enfatiza el análisis, la búsqueda de patrones, de constantes. Muchos intelectuales hoy podrían discutir este punto de vista alegando que en el estadio en que la Astronomía no se había diferenciado aún de la Astrología, en rigor no podemos hablar de “ciencia”, y debemos referirnos a ella como “pre-ciencia”. No es mi intención ahora abrir un debate sobre esta cuestión. Deseo sencillamente señalar que aún con la implementación del “método científico” en el siglo XVII y con la pérdida de la mirada cualitativa que proporcionaba el paradigma aristotélico, la Astrología –devenida desde entones para el modelo cientificista moderno en una actividad marginal, devaluada– no pudo nunca “despegarse” de su aspiración a ocupar un lugar entre las ciencias. De modo que desde Caldea hasta hoy, hablar de Astrología, ya sea por aprecio, ya por desprecio, implica instalar un debate epistemológico alrededor de si es una ciencia o no. Esta disciplina quedó “adherida” a la cuestión científica. Esta tendencia a enfatizar este lado de su quehacer (podría en cambio, por ejemplo, haber remarcado sus conexiones con lo religioso o con lo filosófico) ha repercutido grandemente en la práctica astrológica, la cual se vio condicionada por una actitud excesivamente analítica e hiperintelectualoide, con expectativa de control (de los fenómenos) y de predicción (igual que las expectativas de la ciencia moderna) que perturbó la expresión de los aspectos intuitivos, absolutamente fundamentales para su sano ejercicio.
• Su hermana, la Cabalá, priorizará otro recorrido: su desarrollo irá “pari pasu” de la mano de lo filosófico y religioso. Pesquisamos su trayectoria, modelada particularmente por esta mirada “filosófico-religiosa” en el judaísmo; aunque la Cabalá como tradición, como Sabiduría de las edades, no pertenece a un pueblo en particular y es un derecho universal. Por eso, la encontraremos con ropajes propios, en meditaciones sufíes o en el cristianismo. Quisiera remarcar, entonces, este acento místico-filosófico observable, por ejemplo, en grandes rabinos cabalistas como Shimon bar Iojai, Isaac Luria, Moshe Jaim. Lutzzatto o en el considerado “padre” del jasidismo, el Baal Shem Tov. Y precisamente es en este énfasis místico que radica una potencialidad, pero también un peligro: lo místico constituye una vía de experiencia directa de una dimensión inefable, sagrada. Pero la exacerbación de este aspecto, sin los apoyos de una mente reflexiva, abierta, puede llevar a un dogmatismo y una cerrazón que obstaculicen la libre exploración de los mundos interiores.
Árbol de la Vida |
Considero, que al hacer esta mirada súper sintética de los desarrollos de las “dos hermanas”, se nos presenta un interesante dilema. Para plantearlo, aprovecharé aquí elementos cabalísticos: pareciera como si la Astrología hubiera enfatizado más el despliegue del pilar izquierdo del Etz Ha Jaim –el Árbol de la Vida–, y la Cabalá se hubiera apoyado más en el pilar derecho. Como bien se explica en la Cabalá, el mundo (representado en un sentido, en el Árbol de la Vida) no se puede sostener sobre un solo pilar. Se dice que “individualmente cada pilar no podría sostener el mundo” . Incluso, un mundo con los dos pilares podría no durar mucho, porque cada uno de los opuestos podría chocar con el otro constantemente. Se necesita un tercer pilar. Solamente con este tercero (el central o medio) podría encontrarse el equilibrio adecuado. “Esta combinación tripartita brinda belleza, significado y permanencia a cada uno de sus componentes” .
(Buda decía que el recto sendero es el sendero del Medio).
La idea central consiste, entonces, en notar cómo si bien la Cabalá y la Astrología, provienen de una fuente común, no obstante se han desarrollado con énfasis diferentes pero complementarios.
Si bien sus caminos han ido más o menos paralelos, no obstante siempre hubo una intuición –algo oscura, diría– de que ambas, la Astrología y la Cabalá, están íntimamente vinculadas, y que una remite necesariamente a la otra.
A pesar de esto, pareciera que por algún motivo no azaroso, la correspondencia entre ambos sistemas presenta “baches” que hasta ahora fueron insalvables, los cuales, no obstante, se convirtieron en impulso para la indagación y reflexión profundas.
El nacimiento del árbol sagrado
Durante el siglo XX ha sucedido algo extremadamente llamativo: tanto la Astrología como la Cabalá, restringidas ambas durante centurias a grupos de estudiosos “selectos” y cerrados, explosionaron abruptamente tanto en su avance comprensivo como en su divulgación. Por eso, denominé “el desarrollo de las raíces en la oscuridad” al apartado anterior, justamente porque es como si ambas se hubieran ido gestando tras bambalinas, detrás de la escena, a la espera de su hora, su kairós. Y éste, su momento oportuno, hubiera llegado y estuviera dándose ahora.
En el caso de la Astrología, desde el siglo pasado experimentó un despliegue impactante nunca antes visto, llevada especialmente de la mano de los avances en psicología (aunque no limitada a ésta). Podemos citar sólo a algunos de las fuerzas motrices de este reverdecer: Dane Rudhyar, Stephen Arroyo, Alexander Ruperti, y tantos otros.
En la Cabalá también presenciamos un “despertar” asombroso, particularmente en la dirección de una apertura con un sentido universalista, en un intento de que esta sabiduría esté al alcance de todos los interesados, y pueda trascender así los límites de la identificación con una religión particular. Como ejemplos promotores de este impulso encontramos a los rabinos Ariéh Kaplan y al contemporáneo Philip Berg.
Creo que nos encontramos en la aurora de un nuevo despertar.
Este alumbramiento requiere de ciertas condiciones. El Árbol podrá nacer cuando ambos pilares se entrelacen y por medio de su combinación permitan la emanación y actualización de un tercero sintético, denominado por la Cabalá, el Pilar del Equilibrio.
La práctica astrológica sólo podrá trascender su tendencia a la mecanicidad y a la omnipotencia (presente aún en la actual “astrología psicológica”, en la cual también se “cuelan” vicios deterministas) si se “abre” a un sentido místico y a la dimensión de lo “sagrado”.
La vía de la percepción del misterio es la única que posibilita una práctica creativa, renovadora y, por tanto, ética.
Los estudiantes de Cábala tienen ante sí el desafío de permitir que el deleite devocional se enriquezca con los aportes de la mirada objetiva e imparcial que brinda el genuino quehacer científico. Esta apertura mental que permite renovar “el espíritu de la letra” es necesaria principalmente por dos motivos:
• para comprender que ningún pueblo es depositario de la Verdad, ya que ésta es un patrimonio a disposición de toda la humanidad,
• para poder ir actualizando la interpretación de las Escrituras a la luz de los nuevos descubrimientos científicos.
Podríamos concluir con la siguiente metáfora:
“A la Astrología le ha llegado la hora de abrir su corazón hacia el Espíritu en los Cielos; y a la Cábala le llegó la hora de abrir su mente hacia todo el orbe y actualizarla con la ciencia moderna. Mente y corazón unidos pueden dar nacimiento a una era de creatividad desconocida hasta ahora”.
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