Los “cuerpos” del hombre
En la Teosofía difundida a partir de Madame Helena P. Blavatsky (que
abreviaremos, como es usual HPB) se hace referencia a la constitución total del
ser humano como formada por siete principios,
vehículos o cuerpos. Y al tratar sobre ellos, se suele usar un lenguaje demasiado
rígido o concreto –como es casi inevitable-, y con poca flexibilidad
psicológica que no sugiere todos los procesos dinámicos y evolutivos a los que
están sujetos. Así, se hace conveniente y necesario aclarar algunos malos
entendidos, los cuales pueden incluso inducir a varios errores conceptuales que
conspiran contra lo que se quiere significar.
En este asunto, podemos aprovechar algunas expresiones aparentemente muy
“shockeantes” del “Cuarto Camino”, difundido gracias al esfuerzo realizado por George
I. Gurdjieff. Según sus ideas, nuestra
psique humana no nos fue dada como un "cuerpo". Ésta palabra, si
profundizamos en su significado, no es sólo una forma con una estructura
característica, sino que designa a un sistema muy organizado, a una totalidad
orgánica, la cual –para funcionar a pleno- debe ser indivisible, aunque estando
en constante transformación (es decir, no desequilibrado ni en “equilibrio
estático”, sino en “equilibrio dinámico”), que puede servir de vehículo a la conciencia.
¡Pero en lo psicológico
–por lo menos al principio- los humanos “promedio” no constituimos un "cuerpo"! En efecto, somos altamente
desordenados, y estamos severamente fragmentados: como si nuestra psique fuera un
"polvo" o “barro” de sustancia astral hecho de deseos contradictorios
y de cambiantes emociones, dependientes de nuestro exterior, de si los demás nos
alaban o critican; y además de un "polvo" mental de pensamientos más
o menos incoherentes y de fantasías-ilusiones-imágenes
mentales; y todo mezclado dentro de nuestro “huevo áurico”. ¡Nuestra psique
suele estar en una inercia caótica, en constante inestabilidad; insensibilizada
o “adormecida” (cuando no “borracha”); y es más vehículo de lo inconsciente que
de la conciencia, y hasta con unos "yoes" (o “máscaras” personales) altamente
contradictorios!
Decía Gurdjieff que la Naturaleza no
"otorga" (como de “regalo”) este "cuerpo psicológico" (o,
mejor dicho, "cuerpos", emocional y mental, además del causal). Son
un "lujo" que cuesta mucho Trabajo
esotérico. Por eso, somos seres "inacabados" (o que debemos acabar de construirnos), y
tenemos esa sensación de "falta de plenitud", pues debemos completar
el “proceso de individuación" (es decir, como decía Carl G. Jung, llegar a
ser ‘indivisos’, o seres ‘no divididos’), o lo que es equivalente, pasar por el
proceso de las varias "iniciaciones".
Ahora bien, todo lenguaje es limitado, y lo mismo pasa con el de Gurdjieff. Por
ejemplo, tanto HPB como el Maestro Tibetano DK, así como la Kabaláh, etc. nos
explican que nuestro cuerpo físico
fue primero “formado” astralmente, de modo que tenemos una base estructural -una
especie de “ADN astral y mental”- que nos fue transmitida por nuestros “ancestros”.
Por ende, existe en nosotros una base,
pero es sólo eso y sobre ella debemos Trabajar, tal como enseña el Cuarto
Camino, la Teosofía, la Kabaláh, etc.
Según
la Teosofía, cuando llega el momento evolutivo apropiado, los Manasaputras (o “Hijos de la Mente” de la literatura esotérica de
la India) actúan sobre la humanidad "avivando la ‘chispa´ de nuestra
mente" (o el ‘incipiente fuego’, según sea el grado evolutivo). ¡Pero somos nosotros los que debemos acabar
de construirnos! De otro modo, sin ese Trabajo Psico-Espiritual sobre
nuestra naturaleza (favorecida por el “sacrificio" de esos “Señores de la Mente”
o “Angeles Solares”), no se lograría, sino que sería como un “pan de la vergüenza”, o como una
“limosna”, y se perdería la dignidad de la condición de
“humano autoconsciente”.
De modo que HPB, profundizando
sobre el complejo tema de los “principios humanos” y refiriéndose como nunca había
hecho sobre el “huevo áurico”, dice que
el “vehículo astral o emocional” o "kama-rupa"
[de una persona promedio] sólo se construye –a partir del huevo áurico que
brindan los Manasaputras- después de la muerte, para que se haga una
estadía “adecuada a la pasada encarnación” en el Plano astral, y hasta que se
consuman ciertos deseos mundanos (“el Purgatorio” cristiano), y lo mismo pasa
con el "vehículo devachánico"
(donde se experimenta algo parecido al Cielo cristiano, aunque sólo dura un
ciclo finito) hasta la próxima encarnación.
La energía o ‘fuego serpentino’ de Kundalini, con el auxilio de los cetros iniciáticos, como el fuego de
un crisol, “funde y cristaliza" la “arcilla o barro” –para usar el simbolismo bíblico- de los polvos
astro-mentales hasta "consolidarlos" –finalmente- en un verdadero "cuerpo astral" y un
verdadero "cuerpo mental"
en las tres primeras Iniciaciones. Con respecto a esto, dice el Tibetano en “Cartas sobre Meditación Ocultista”,
Carta X, La purificación de los vehículos, pág. 246: “Un definido proceso, llevado a cabo por el Maestro con la aceptación
del discípulo, que consolida en forma permanente los esfuerzos y los resultados
adquiridos penosamente durante muchos años. La fuerza electromagnética, aplicada en cada
iniciación, produce un efecto estabilizador. Hace que los resultados alcanzados
por el discípulo sean duraderos. Así como el alfarero moldea y da forma a la
arcilla, y luego le aplica el fuego que la solidifica, así el aspirante moldea,
da forma a su carácter y construye, preparándose para el fuego solidificador.
La iniciación marca un logro permanente y el comienzo de un nuevo ciclo de
esfuerzo.”
En las muchas encarnaciones –y en los intervalos intermedios entre
ellas-, y hasta la 4ta Iniciación, se va completando el "cuerpo
causal". Dice el Tibetano en “Cartas
sobre Meditación Ocultista”, Carta III, pág. 36: “Por consiguiente, la tarea a realizar consiste en procurar que:
1) El punto de luz se
convierta en llama, aventando constantemente la chispa y nutriendo el fuego.
2) El cuerpo causal
crezca y se expanda desde un ovoide incoloro (que retiene al Ego como lo está
la yema dentro de la cáscara del huevo), en algo de rara belleza, conteniendo
todos los colores del arco iris.”
En el ritual de la 4ta Iniciación, llamada "la iniciación de la Crucifixión",
el cuerpo causal [que simboliza al “Templo de Salomón”, no hecho con las manos, sino con las piedras de la cantera de la vida]
es destruido por el “Fuego Eléctrico” del Rayo de la Mónada (o Iejidáh). Según el lenguaje simbólico de
los Evangelios, al morir Jesús en la "Crucifixión", la cortina o "parójet" del Templo de
Jerusalén, que separaba el "Sancta Sanctorum", dónde sólo entraba el
Sumo Sacerdote, fue cortada de arriba hasta abajo. Y fue así que, el Iniciado Jesús quedó “liberado” de la
necesidad de continuar con el “galut ha
neshamá” (o rueda de renacimientos y muertes del Alma). Luego “Resucitó” y “Ascendió”
hasta la Tríada Superior “en los Cielos”. Esta Tríada, desde entonces,
constituyó los tres aspectos manifestados de la Mónada, así como antes cumplieron
ese rol –pero “en una octava inferior”, y para el Alma- los principios físico, emocional
y mental.
Adolfo R. Ordóñez