viernes, 25 de diciembre de 2015

El Árbol de la Vida



Sus caminos son caminos de dulzura
y todas sus sendas de bienestar.
Es árbol de vida para los que a ella [La Sabiduría Espiritual] están asidos,
felices son los que la abrazan
Proverbios 3;17-18, "Las Alegrías del Sabio"


Dibujo: Pablo Manuel Ordóñez

El ÁRBOL DE LA VIDA sintetiza TODO lo que podemos recibir, vivenciar, inteligir, sentir y captar de modo "viviente" en nosotros, y en todos los niveles del Cosmos. Representa:
  • los 10 primeros Números "naturales" que son la base del sistema decimal. "Todo es Número" (o está ordenado por el Número)
  • las 22 Letras hebreas. Estas últimas representadas en los tres senderos horizontales (las 3 letras madres), los 7 senderos verticales (las 7 letras dobles) y los 12 senderos diagonales (las 12 letras simples)
  • los 22 Arcanos Mayores (arquetipos omniestructurantes)
  • el Nombre Inefable
  • los Nombres Divinos
  • los cinco "Mundos"
  • los 12 signos del zodíaco
  • la energía de los planetas del sistema solar
  • las diferentes jerarquías angélicas
  • el "hilo de la Vida" anclado en el corazón, y expresado en la red del sistema circulatorio (el sostén de nuestra vida en este plano físico)
  • las glándulas endocrinas
  • los "chakras" o centros de fuerza
  • los cinco principios o niveles del alma
  • etc, etc.
Adolfo Ramón Ordóñez

Navidad y Solsticio


Navidad y Solsticio


Por Patricia Fernández Acosta

Muchas culturas no cristianas, a lo largo y a lo ancho de nuestro planeta y a través de los siglos,
 celebraban unas Fiestas Sagradas por esta época, en que nosotros, cristianos, celebramos la Navidad: se corresponde con el solsticio de invierno para el hemisferio norte.
Éste da inicio al invierno en ese lado del globo.

Es una maravilla el misterio evocado por el paralelismo entre las estaciones del año y cómo éstas van acompañadas por un incremento o una merma alternante de la luz solar y de la noche -por un lado-, y la vida humana -por el otro-, con sus períodos más luminosos y con sus "noches oscuras del alma".

El Solsticio de Invierno, es el momento del año en que la noche es la más larga, y en el que la luz es la mínima. Especialmente en las latitudes más extremas. Para los antiguos, estos días eran equiparables a la noche oscura del alma en la vida de un ser humano. Ese momento en que nos parece perder el rumbo, en el que estamos totalmente confusos y  no vemos salida a nuestra desazón y tristeza. Ese momento en que todo lo que miramos carece de entusiasmo, y en el que nuestra mirada es lúgubre, oscura, cínica o angustiosa.

Durante el Solsticio -palabra que significa "sol detenido"-, el Sol, "paraba de menguar progresivamente", y de nuevo comenzaba a bañar cada vez con más fuerza, la vida en la Tierra -al incrementar paulatinamente su presencia a lo largo de los días-.  El Sol es un símbolo de los poderes de la luz, del sentido de propósito y de orientación en la vida. También simboliza la claridad  y la confianza resultante de esa percepción luminosa.
Que la simbología cristiana festeje el nacimiento del niño sagrado en este período del año, no es casual: Los mitos recrean con sus historias, situaciones reiteradas y de significación fundamental en nuestra vida. Es importante ser receptivos a ellos. Son como el Hilo de Ariadna: si los pesquisamos
 con atención, nos ayudan a salir de laberinto de nuestra mente, y a conectarnos con la verdad clara de nuestro corazón. La mente puede confundirse, el corazón no.
El nacimiento de Jesús en el pesebre, es un sencillo y conmovedor símbolo del re-nacimiento de esa energía fresca, luminosa y prometedora en el pesebre de nuestro corazón. Recibirlo y albergarlo, implica estar mínimamente abiertos a que un rayo de luz ingrese en nuestras vidas y comience a limpiar la oscuridad que hay en ella.
Cuando llega este momento del año, siempre me sorprende encontrarme con personas que me dicen: "Qué momento más triste el de las Fiestas, uno se acuerda de los que ya no están.., ¿para qué voy a celebrar?...¿Qué voy a celebrar?".
También me sorprende encontrarme con la variante: la Navidad como un día más que sirve de excusa para escaparse del propio corazón con alcohol y otras yerbas.
Lloremos a nuestros muertos cuando fallecen, divirtámonos durante el carnaval con un poco de locura... pero cada cosa en su momento.
Aprovechemos la ocasión de la Navidad.  Es un evento astronómico y mítico muy especial que sucede una vez al año. Tal vez, hacerle espacio al nacimiento de este rayo luminoso en la oscuridad de la caverna, nos inspire para mantener receptivo y palpitante a nuestro corazón el resto del año... más allá de las tristezas -que todos tenemos y no negamos-, más allá del escepticismo en el destino de la humanidad.
Alberguemos la semilla de lo nuevo. Hagámosle espacioa la Luz de nuestra alma... y tal vez, su germinación desde lo invisible nos sorprenda con frutos dulces algún día de nuestras vidas.



miércoles, 23 de diciembre de 2015

Las Fiestas de Fin y Comienzo de Año



Las  Fiestas de Fin y Comienzo de Año
Por Patricia fernández A. de Ordóñez
Desde antaño, en todas las culturas, se han celebrado las transiciones con diferentes rituales, como un modo de favorecer la toma conciencia de las mismas, es decir, para facilitar el cierre de una instancia y el pasaje hacia otra, con su consiguiente apertura.
Las ceremonias de apagado y encendido de los fuegos, al terminar y al iniciar el año respectivamente, eran uno de los modos clásicos de festejo ritual. Tenían un carácter sagrado para la comunidad.
Nuestras celebraciones de despedida y bienvenida del año, son la forma moderna de celebrar este pasaje. Sólo que hemos olvidado el sentido ritual en esta celebración. Los rituales, estimulan la comprensión consciente de las transiciones, oficiando como ritos de pasaje. Al olvidar que los mismos tienen la posibilidad de generar sentido -esto es, de establecer un diálogo entre la cara consciente o externa y la inconsciente o interna de nuestra vida anímica-, los hemos profanado. Hemos convertido a los rituales en meros actos 'profanos', esto es, han perdido su posibilidad transmutadora, alquímica, y por lo tanto, su carácter sagrado.

Los ritos de pasaje podemos llevarlos a cabo  año tras año, mecánicamente (carácter profano del ritual) o creativamente (como una oportunidad sagrada). Y ocurre que desde hace tiempo solemos transitarlos como una ocasión para evadirnos y enajenarnos (aún más). De ahí el tedio que nos provocan, la sensación de fatuidad superficial  y de estereotipia en el sentir.
Sin embargo,  cada vez más seres humanos sienten la necesidad de elegir realizarlos desde un lugar psíquico más sensible y receptivo, más creativo y alerta; con genuino espíritu de celebración: desde un lugar portador de Luz, con una conciencia despierta, lo que los budistas denominan 'una mente amable, amorosa, compasiva'. Si la festividad la transitamos desde este espacio anímico alerta,  eventualmente la misma, puede  llegar a iluminar sectores psíquicos oscuros, que se encuentran a la espera de ser reconocidos e integrados.

Por esta época del año, es muy frecuente escuchar en la consulta psicológica, lamentaciones con relación a las fiestas. En esos casos, éstas no son percibidas  como una ocasión para celebrar un rito de pasaje con un carácter sagrado, sino como el  período obligado tedioso, o bien, oportuno para avivar  recuerdos dolorosos, que evitarían si pudieran. Sienten que es el momento anual para dar rienda suelta al entristecernos por los que ya no están, o para revivir antiguos rencores y malestares familiares no resueltos, los cuales reaparecen en la reunión familiar, devenida ahora en una mera ocasión social aburrida, chata, mecánica y superficial.
Desde este lugar, se preguntan qué sentido tienen las fiestas si a la mayoría, todos los años les ‘pasa’ o repiten lo mismo: la tristeza, el aburrimiento, el reavivamiento de dolores, y los sentimientos de soledad.

He aquí una paradoja: El sentido de ser en sí mismo de una celebración, es el de instalar la posibilidad de un salto perceptivo; es el de favorecer la apertura de una dimensión espaciotemporal que está más allá de la acumulación diaria de estímulos vanos y respuestas mecánicas. 
El espíritu de una celebración -en este alcance sacro- se ubica más allá de la rueda cotidiana de la existencia con sus acciones y reacciones estereotipadas, más allá de los surcos y huellas mnémicas que dejaron lo acontecido. Nos da la oportunidad de una renacimiento psicoespiritual.
La celebración ritual como acto creativo-sacro, es un don, un regalo de la Vida; nos otorga la posibilidad de renovar la cadena del espacio –tiempo. Nos brinda el obsequio de liberarnos de la repetición mecánica memoriosa estimulando en cambio, el re-cuerdo en Presente y con Presencia, el
re- cordis -volver a pasar por el corazón en ‘estado de Presencia’- aportando este acto, la renovación de sentido que el amor y el contacto con una dimensión inconmensurable proveen. Esto es lo que Mircea Eliade denominaba, el pasaje desde el espacio- tiempo profano a la instalación de un Espacio y un Tiempo sagrados, posibilitadores del Illud Tempus (durante el cual 'salimos' del espacio-tiempo ordinario, y albergamos en un espacio-tiempo primordial y renovador). Psiclógicamente consiste la ocasión de encuentro o casamiento entre las dos caras anímicas -consciente/inconsciente- y el fruto consecuente a esta hierogamia: un renacimiento anímico.
Este don se encuentra a nuestro alcance y  es posible en la mente-corazón de cada uno de nosotros. Por eso, en estas Fiestas los invito a celebrar con las copas en alto,  y con los corazones bien abiertos, para despedir a conciencia lo que fue,  y recibir atentos lo que llega. Es una época propicia para realizar balances, para mirar el camino recorrido, ver qué queda (como aprendizajes asimilados) y qué sigue de largo (por la ley de imparmanencia)... Bendecir todo lo vivido -alegrías y dolores-, y luego soltarlo, despedirnos. Recién cuando realmente hayamos tomado conciencia de lo que finaliza en nuestras vidas, estaremos entonces, en condiciones de dar un paso hacia adelante para recibir con apertura genuina, lo nuevo. 
Y si nos animamos aún a dar un paso más, este balance nacido de esta dimensión amorosa y compasiva, podemos extenderla y ampliarla incluyendo en nuestra meditación sobre el ciclo anual que cierra a la nación que habitamos, y luego por el planeta todo... pues somos una sola familia:la humana, y este gesto ritual aportará Luz grupal.

La Vida sigue desplegándose frente a nosotros y  si no concientizamos qué es aquello que ya ocupó un lugar, cumplió su propósito y se está desvaneciendo en nuestras existencias, no tendremos espacio para recibir a conciencia plena lo nuevo por venir hacia la manifestación.
Celebremos la despedida y el recibimiento,  para participar del florecer continuo de la Vida, y así podeer percibir y apreciar su renovado perfume…

domingo, 20 de diciembre de 2015

Explorando el Simbolismo de la Navidad



Explorando el Simbolismo de la Navidad

Por  Adolfo R. Ordóñez y Patricia Fernández Acosta de Ordóñez


Los Festivales Solsticiales y Equinocciales
Muchas culturas no cristianas, a lo largo y a lo ancho de nuestro planeta y a través de los siglos, celebraban unas Fiestas Sagradas por esta época, en que nosotros, cristianos, celebramos la Navidad: se corresponde con el “Sol Victorioso” luego del Solsticio de Invierno para el hemisferio norte. De hecho, muchos pueblos del mundo han apreciado este fenómeno y sus homólogos, con su evidente simbolismo. Por eso se han construido tantos Templos Equinocciales (como la Pirámide maya de Cichen Itzá en Centroamérica, o el Templo hindú -hoy budista- de Angkor en Camboya, o la Esfinge de Giza en Egipto), o bien Templos Solsticiales (como el de Tiahuanaco en Sudamérica, o las Pirámides de Giza, o el Templo
de Luxor en Egipto, etc.)
Es una maravilla el misterio evocado por el paralelismo entre “la Cruz” celeste que forman los dos Solsticios y los dos Equinoccios en la órbita de la Tierra cuando gira alrededor del Sol, eventos que inauguran las Cuatro Estaciones del año, y cómo éstas van acompañadas por un incremento o una merma, alternadamente, de la luz solar y de la noche -por un lado-, y la vida humana –por el otro-, con sus períodos más luminosos y con sus "noches oscuras del alma".
El Solsticio de Invierno, es el momento del año en que la noche es la más larga, y en el que la luz es mínima. Especialmente en las latitudes más extremas. Para los antiguos, estos días eran equiparables a la noche oscura del alma en la vida de un ser humano. Ese momento en que nos parece perder el rumbo, no ver salida. Ese momento en que todo lo que miramos carece de entusiasmo, y en el que nuestra mirada es lúgubre, oscura, cínica o angustiosa.

Descripción del movimiento astronómico entre Solsticios y Equinoccios
Como muchos desconocen los pormenores de este importante asunto, quisiéramos aclarar su significado astronómico y reflexionar sobre su resonancia simbólica. Solemos decir que “el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste”. Tomada así en general, esta afirmación es falsa. La verdad es que el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste solamente en los equinoccios. El resto del año, el Sol va siguiendo un camino helicoidal, o sea en forma de “resorte” con dos “topes” solsticiales y que se repite cíclicamente, año a año. En el amanecer de uno de los solsticios (de invierno o de verano, dependiendo del hemisferio considerado) el Sol sale por el Sureste. Ese día será el más corto (en el invierno), o el más largo (en el verano) del año, mientras que lo opuesto ocurrirá con la duración de la noche. En los días subsiguientes, va saliendo por el horizonte cada vez más cerca de la posición relativa al Este. Cuando sale en la posición del Este,
estamos en uno de los dos equinoccios. En los meses sucesivos, se irá desplazando lenta y gradualmente, día a día, hasta salir justo en la posición del Noreste. En el día del Solsticio, a diferencia del comportamiento que ha venido desarrollando hasta ahora, el Sol vuelve a salir por el mismo punto, como si su movimiento  se hubiera detenido. Pero ya al tercer día comienza a salir otra vez un poco más hacia el Este, posición a la que llega tres meses después, en el otro equinoccio, y continúa corriéndose hasta que alcanzar la ubicación del otro solsticio. Al día siguiente, vuelve a aparecer en dicho lugar, hasta reiniciar al tercer día el mismo ciclo nuevamente.

Ahora podemos comprender el significado etimológico de la palabra solsticio: quiere decir detención del sol (así como armisticio quiere decir detención del uso de las armas, o sea una paz transitoria). Dado que el Sol ha llegado al extremo del “resorte”, y reinicia su viaje de retorno, durante el solsticio parece salir dos días consecutivos por el mismo punto del horizonte, o sea parece haberse “detenido”.
Por otro lado equinoccio significa igual (equi) noche (noccio), ya que la duración del día iguala a la de la noche (en rigor, ello no ocurre en todas partes, pero sí en las latitudes medias de ambos hemisferios). Sólo en esos dos días equinocciales el Sol sale realmente por el Este y se pone por el Oeste.
 Vemos así que la posición de salida durante el amanecer del Sol, fuente de nuestra Vitalidad y Luz, "se va moviendo progresivamente" entre dos “topes solsticiales”, que geográficamente determinan los Trópicos de Cáncer y de Capricornio, y simbólicamente corresponden a las dos caras que miran en direcciones opuestas del Dios Jano (o Ioanis, “Juan” en griego), o a los dos “Juanes” del Cristianismo: San Juan Bautista y San Juan Evangelista. El Sol es un símbolo del “Sagrado Corazón”, y de los poderes de la Luz, y las Cuatro
Estaciones del año son una medida de la fuerza y el ritmo con los que la Vida es “bombeada” a la Tierra, impartiéndole a cada una su Cualidad, Propósito y Orientación. También, simboliza la claridad y la confianza humanas dependientes de la receptividad de los hombres a esa percepción luminosa. 


La Navidad
Que la simbología cristiana festeje el nacimiento del Niño Sagrado en este período del año, así como
la “Pascua de Resurrección” al primer domingo siguiente a la Luna Llena de Aries, luego de la Crucifixión, no es casual: Los mitos recrean con sus historias, las situaciones reiteradas y de significación fundamental para nuestra vida. Las verdades más trascendentales de la vida humana están así indicadas para todo aquel que “tenga oídos para escuchar y ojos para ver”.
Es importante ser receptivos a los Mitos. Son como el Hilo de Ariadna: si los seguimos con atención, nos ayudan a salir de laberinto de nuestra mente, y a conectarnos con la clara verdad de nuestro corazón. La mente puede confundirse, el corazón no.
El nacimiento de Jesús en el pesebre, es un sencillo y conmovedor símbolo del re-nacimiento de esa energía fresca, luminosa y prometedora en el pesebre de nuestro corazón. Recibirlo y albergarlo, implica estar mínimamente abiertos a que un rayo de luz ingrese en nuestras vidas y comience a limpiar la oscuridad que hay en ella.
 Aprovechemos la ocasión de la Navidad.  Es un evento astronómico y mítico muy especial que sucede una vez al año. Tal vez, hacerle espacio al nacimiento de este rayo luminoso en la oscuridad de nuestra caverna anímica, nos inspire para mantener receptivo y palpitante a nuestro corazón el resto del año... más allá de las tristezas -que todos tenemos y no negamos-, más allá del escepticismo en el destino de la humanidad.
Alberguemos la “Navideña Semilla” de lo nuevo. Hagámosle espacio en nuestra alma... ¡Y tal vez, su germinación desde lo Invisible nos sorprenda con dulces frutos algún día! 




sábado, 19 de diciembre de 2015

Astrología y Predicción

Por  
Patricia Fernández de Ordóñez y Adolfo R. Ordóñez


Sistemas vivientes, Símbolos y Semiótica

          
Particularmente a partir del siglo XVII la ciencia ha intentado explicar y predecir fenómenos con la intención de controlar y dominar a la Naturaleza, distanciándose así de toda búsqueda y comprensión de aquello que sea trascendente al orden empírico.
      
Ha tenido bastante éxito en su objetivo, especialmente en lo referido a los aspectos mecánicos de nuestra realidad: calcular cuánto tardará un avión desde un punto hasta otro; predecir con un mínimo margen de error los efectos de cierto medicamento, etc.
La astrología, en su afán de no quedar afuera del campo científico,  no ha permanecido ajena a esta actitud que privilegia una mirada cuantitativa y predictiva de los fenómenos a abordar.

Sin embargo, una cuestión es calcular la trayectoria de aspectos mecánicos de los objetos, y hasta anticipar lo que ocurrirá en algunos ámbitos relativamente simples de la naturaleza, y otra muy distinta abordar con esta actitud predictiva y mecanicista la complejidad de los sistemas vivientes, en particular, los que se refieren a los asuntos humanos.

Hoy la matemática de los sistemas dinámicos caóticos (como la del clima), sabe que aquéllos (los sistemas dinámicos caóticos) están caracterizados por un tipo de orden altamente complejo en el cual la predicción se torna también sumamente limitada. A esto lo denominan “horizonte de predictibilidad”. Así notamos, por ejemplo en los fenómenos climáticos que las predicciones se reducen a probabilidades “dentro de 3 o 4 días, a lo sumo”.

Si la matemática de los sistemas dinámicos caóticos es inherente al orden que caracteriza a los sistemas vivientes; entonces, los seres humanos respondemos privilegiadamente a la complejidad característica del orden viviente. Frente a esta situación, la predicción –que sí funciona en sistemas que responden a órdenes mecánicos relativamente simples (trenes, aviones, las máquinas en general) se torna una tarea no sólo muy dificultosa -por no decir sin utilidad ni sentido inmediato-, sino además dañina, en el  caso de la condición humana.

Si hay algo que caracteriza a la psicología humana, es la evasión constante de la plena percepción del Ahora. Vivimos atrapados en el pasado, en recuerdos tristes o placenteros con los cuales nos proyectamos hacia el futuro –con fantasías apocalípticas, o redentoras de reencuentro de un paraíso perdido y anhelado-. Nuestro aprendizaje por excelencia, entonces, radica precisamente en ser receptivos al “ahora”.

Por lo tanto, la práctica astrológica que proponemos, consiste en brindarle elementos al consultante, que lo ayuden a ser más consciente de su “Ahora”, y de los condicionamientos del pasado… con los cuales se proyecta hacia el futuro.

El astrólogo que en la actualidad  aún realiza una práctica astrológica predictiva –propia del paradigma mecanicista que predominó durante los últimos tres siglos-, está ofuscado por una omnipotencia que le impide percibir y apreciar la tremenda riqueza y complejidad del orden viviente, y en particular del fenómeno humano.

Esta actitud es hoy en día particularmente responsable del rechazo que muchos intelectuales tienen por la astrología. Aún más, hablando desde la psicología clínica, una práctica astrológica llena
de “certezas” (y no de probabilidades), es una práctica delirante indicadora de patología psíquica.

Proponemos –decía más arriba- un quehacer astrológico, desde el cual, partiendo con una actitud exploratoria, estemos atentos a la complejidad del fenómeno humano y lo viviente; al tiempo que seamos receptivos a la indagación simbólica (siempre abierta a lo novedoso). Sólo desde esta perspectiva de sensibilidad y apertura a la emergencia de sentidos renovados, podremos “ir ligando”, “concientizando”, comprendiendo lo que nos acontece, todas éstas, capacidades propias de la especie humana.
           

Consulta astrológica  y asesoramiento no predictivo


Desde esta actitud básica de partida que atiende a la complejidad de lo viviente y a lo simbólico como drama propio de lo humano (sin reducir lo humano a un mecanicismo simplificador); una consulta astrológica brinda, entre otras cosas, información acerca de los ciclos en la vida de una persona. Los ciclos de nuestra vida los vemos reflejados en los ciclos de los astros, pues están correlacionados con ellos.
         
Los astrólogos sabemos que todo está sujeto a “estaciones”, “ciclos”, y que éstos vienen cualificados[1]. Es decir, cada fase de un ciclo tiene una “tonalidad”, un “clima propio” y propone el atravesamiento de ciertas experiencias y aprendizajes de conciencia que serán facilitados con escenas vitales, modalidades energéticas y estados anímicos característicos, porque  Psiqué, se manifiesta tanto en el mundo subjetivo interno como en el mundo objetivo exterior (como ya lo demostró Jung con su concepto de ‘sincronicidad’).

Una información de esta clase puede servir de valioso aporte al consultante, para disponerse a acompañar “lo que viene”, más conscientemente. Es decir, un asesoramiento astrológico ofrece la posibilidad de ampliar el campo perceptivo del consultante, dándole elementos para accionar más conscientemente en su vida, facilitándole la comprensión de su kairós –de su “momento oportuno”-.

La actual propuesta astrológica, entonces, en lugar de oficiar fomentando el despliegue de
nuestros mecanismos defensivos -de control y de evasión o aislamiento de la vida-, muy por el contrario, nos ofrece herramientas que nos ayudan a abrirnos a ella, para profundizar la compresión de la misma, y para brindar respuestas más sensibles y conscientes de las repercusiones que estas respuestas tienen sobre la totalidad de la cual formamos parte.

La práctica predictiva tradicional es más efectiva en “individuos máquina”. Cuanto más mecánico sea un ser humano, más predecible será su trayectoria – destino. Y esta situación de “repetición histórica” es tan evidente, que no hace falta ser  astrólogo para predecir. Todo psicólogo sabe que “lo no comprendido retorna, insiste en nuestra vida” (como decía Freud, Jung y hasta Krishnamurti), y que por lo tanto, la neurosis hace destino. Es decir, no es necesario ser “adivino” para anticipar que algo volverá a suceder en la vida de una persona, si ésta no hace un trabajo de comprensión en sus propios procesos. Podríamos imaginar a la Vida como una especie de “maestra” que insiste con cierto tema hasta que lo hayamos comprendido. Cuando esto sucede… simplemente “la maestra” pasa a otro tema.
         
En cambio, cuanto más rica en matices espirituales y psicológicos sea la existencia de un ser humano, menos predecible será la persona y su “trayectoria – destino”, pues su vida estará guiada por la complejidad del orden caótico –el cual, según enseña la matemática- es también una forma de orden… pero altamente complejo.

Una práctica predictiva, reduccionista y omnipotente enajena al individuo y lo condiciona (“la profecía autocumplida”).

Por eso proponemos una mirada que le brinde a la persona elementos para enriquecer su percepción, los cuales favorecen la comprensión del ‘ahora’ y eventualmente la conduzcan hacia el siguiente paso a dar.

La Astrología es una disciplina holográfica (o "sagrada", en el sentido de Mircea Eliade) que tiene como finalidad ayudar a acompañar conscientemente el despliegue de la vida, el movimiento incesante de la existencia, al tiempo que renueva nuestra integración y sentido de pertenencia con el Universo.



[1] Ver sección de Aritmosofía